Hasta ahora nos hemos dicho la verdad. Y yo, la verdad, preferiría no ir a bailar salsa.
Creo que la frase, o mejor la idea detrás de la frase no le gustó, pero no le dejé más opciones. Llevábamos una hora hablando y desde antes de subirnos a ese taxi ya me había dicho que quería darme besos. Y aunque no se lo podía poner tan fácil, yo creo que yo también quería, o al menos quería que él pensara que yo quería.
Pero ya estamos llegando, me dijo, es un sitio buenísimo y ya estamos cerca. Vamos entonces al centro y no perdemos el viaje, le dije yo, y le tocó aceptar.
Pagó y nos bajamos en la 15, no muy lejos de la universidad. Yo quise darle la mitad de la plata pero me dijo que mejor le comprara algo adentro. Apenas entramos me preguntó qué quería tomar y yo sonreí y le dije que cualquier cosa. Tequila, dijo, y a mí me pareció delicioso y por error volví a sonreír antes de darme cuenta que primero salsa y después tequila quería decir que este tipo me iba a meter en problemas. Demasiado tarde. Tequila.
Creo que él también se dio cuenta que lo del tequila era demasiado frentero y le preguntó a la barwoman si había algún coctel con tequila, a lo que ella respondió con dos vasos grandes llenos de algo rosado que olía mucho a tequila. No sé cuál es la idea de mezclar y a mí la verdad me hubiera gustado pedir media botella, limones y mucha sal. Pero ya valía más coquetear que decir la verad.
El sitio estaba lleno de gente, lo que no habla de muchas personas sino de un espacio reducido. El bar, que alguna vez fue una droguería, mantenía colecciones de botellas de vidrio con grabados de hierbas. El techo no era muy alto y el piso no estaba a nivel, cosa que hacía que la concurrencia de antropólogos y literatos se sintiera en casa. Si, yo sé, yo estudio antropología también, pero me gusta criticar.
Nos paramos cerca de la puerta del baño, en el único espacio donde se podía bailar sin estar demasiado cerca, y me alegré de no haber ido a bailar salsa. No era el mejor para bailar pero era tremendamente sexy. Daban ganas de abrazarlo. Pero yo, en ese momento, todavía pensaba que podía pasar la noche sin darle un beso.
Con gran esfuerzo nos tomamos los dos vasos de cosa rosada con olor a tequila y cuando le entregué el mío vacío le dije que si íbamos a tomar más tequila que fuera en shots. Entonces, fue él quien sonrió.
Después de los shots me di cuenta de que desde el primer momento nunca tuve control de la situación: el tequila ya estaba haciendo huecos en mi voluntad; además, como debí recordar con los cientos de veces que vine a este sitio, empezó a sonar salsa. Después de media canción le dije por última vez en la noche que no le iba a dar besos.
Y no volvió a preguntar.
Una hora más tarde, frente a mi casa, me tocó una mejilla y me dijo que mi novio era un tipo con mucha suerte. Si, pensé, pero la tonta que va a dormir sola esta noche soy yo.