10.21.2007

Lucky Dube, 1964-2007


A few months ago I missed a concert he played in New York. As it turns out, it was my last chance.

Another reminder from life.

10.15.2007

I L N Y 3 (I L C G)

Una de las personas que mejor me conoce en la vida (y a veces se nos olvida) me vio el fin de semana pasado un par de veces, luego de no haberme visto en unos cinco años. Tal vez hace unos ocho o 10 tuvimos nuestra última conversación de verdad.

Nunca te había visto tan bien, me dijo. O algo parecido. Me dijo que antes jugaba a ser muchas personas y que ahora solo era yo.

Nueva York me sienta bien, le dije. Nueva York me sienta bien.

10.13.2007

Say "Shibboleth"; I dare you

I was listening to Radiohead's new album, so I did not have the intended soundtrack.
Pick a song and play.

10.09.2007

Entre Bush y Chávez (Uribe III y IV)

Todavía me acuerdo de las muchas discusiones que tuve con amigos y amigas sobre la conveniencia o no de un gobierno como el del actual presidente de Colombia. Los argumentos a favor: más seguridad, más confianza para invertir, mejor economía.
La contra: poca inversión social, gasto en efectos de la guerra y no en aliviar sus causas, políticas que coartan libertades.
Después vino el proceso de la reelección: decían algunos quién va a reemplazar a este trabajador, a este líder que demuestra que se puede vivir en la Casa de Nariño y levantarse temprano...
La idea de cambiar un "articulito" de la constitución y que todo siguiera siendo lo bueno que estaba siendo, con la guerrilla replegada (o derrotada, si uno le cree al ex ministro del interior y de justicia) la coca desaparecida (si uno le cree al ministro de defensa) y hasta la sede del mundial de fútbol (si uno le cree al vicepresidente).
Pero el cambio de un "articulito", además de haber costado meses de trabajo del congreso que se fueron en debates de legalidad, y que desestabilizó por momentos a la Corte Constitucional, dejó en las manos del mismo gobierno a los tres poderes que manejan el país.
El balance entre los poderes y la fuerza de la instituciones han sido lo que separaron a Colombia de muchos otros gobiernos de la segunda mitad del siglo pasado en latinoamérica. Es cierto que tuvimos al general Rojas Pinilla, y que no fuimos capaces, como país, de olvidar la guerra civil del cambio de siglo que se convirtió años después en el fantasma de "La Violencia", ese ente sin cabeza que acabó con el campo colombiano antes de que fuera recolonizado por el narcotráfico. Sin embargo, a mediano plazo instituciones como el congreso, el ministerio público, las cortes, mantuvieron un balance en el poder (aunque fuera a punta de rascarse mutuamente la espalda). Es imposible pensar en la existencia de un "proceso 8.000" si el fiscal Valdivieso le hubiera debido demasiados favores al presidente Samper.
Ahora la realidad es otra. El fiscal tiene que salir a mostrar su independencia, luego de deberle el puesto al presidente, en el momento en que va a tener que liderar un proceso contra su primo y eterno compañero político. Los procesos y las leyes que se van a inventar en el camino para salvarse el pellejo entre políticos corruptos y políticos asesinos, que tendrían que ser revisados por cortes independientes, lo van a ser por tribunales que están más ligados al presidente que nunca. Porque al cambiar el "articulito", al congreso se le olvidó pensar que habría que cambiar otros artículos para garantizar la independencia de los poderes.
El peligro de la macrocefalia en el poder existe en muchas democracias -tal vez excepto en Suiza, donde hay siete presidentes de cuatro partidos diferentes- y Estados Unidos es un ejemplo claro: Bush, el congreso republicano y su fiscal Alberto Gonzales se ingeniaban las maniobras legales para permitir la tortura y estrangular los derechos civiles. Ahora el congreso es otro, y a pesar de que los demócratas parecieran querer mantener el desorden para poder ganar las elecciones presidenciales del 2008, el camino de Bush no es tan fácil.
El ejemplo contrario es Venezuela. Un presidente elegido popularmente que acumula tanto poder que se cree que sus deciciones representan siempre al pueblo y a la mayoría, que se enfrascó en una revolución que no por necesaria quiere decir que esté bien llevada, y que atropella derechos y libertades como la expresión, la agrupación política, la información.
En el fondo de su mente, tal vez, Chávez cree que no importa lo que está haciendo porque al final el resultado va a ser bueno, el futuro más claro y beneficioso para la mayoría que el pasado. Pero para cualquiera con ideales democráticos lo que sucede en Venezuela es una señal de alerta frente a lo que puede hacer un presidente omnipotente, que maneja no solo a sus jueces sino a sus legisladores a su antojo.
En el caso de Colombia, el problema es igual de grave. El poder, los poderes, se están acumulando en un líder que fue ungido como mesías por un país desesperado que necesitaba solo de un pequeño empujón para saltar al vacío. Luego del malogrado proceso con las Farc y el desengaño que generó haber confiado en su dirigencia criminal y mañosa, Colombia se aferró a Uribe como la mejor opción -tal vez la única- frente a una clase política (Serpa, Noemí) que encarnaba la ineficiencia del sistema.
Uribe, sin embargo, desaprovechó la oportunidad que tuvo de unir al país frente a un evidente enemigo común, la guerrilla y en general la violencia, y aprovechó el rechazo del país hacia las Farc para iniciar un proceso con los paras. Un proceso que no tendría por qué ser malo, y que requiere de perdones que no son fáciles pero sí necesarios, pero que ha tenido tantos malos manejos -políticos, de imagen, etc.- que casi resulta viciado de entrada.
Uribe nunca debió creerse el papel de mesías, porque al hacerlo, aunque le daba al país una figura sobre la cual tratar de construir futuro, le quitaba a la gente la idea de que esa construcción de país tenía que pasar no solo por las instituciones, sino precisamente por los ciudadanos. Como en Prusia y luego en la Alemania del comienzo del siglo XX, los ciudadanos dejaron que las decisiones se tomaran detrás de la cortina por los príncipes y la discusión política desapareció de la calle. En Colombia, la polarización se hizo evidente casi desde el comienzo. "Yo ya no hablo de política", oí decir muchas veces a amigos y conocidos.
Por otro lado, la relación tan cercana entre el presidente y algunos de los políticos acusados de barbarie genera, al menos, una tremenda desconfianza. Cuántas veces no puso las manos en el fuego Uribe por Noguera, su ex director del DAS, para que luego éste termine en la cárcel acusado de pasar listas negras a los paras. Recuerdan la ira de Uribe cuando Petro o Semana hablaban de la relación entre los Araújo y los paras? Hoy Conchi está, aunque tarde, fuera del gobierno. Y Alvaro cada vez se hunde más en la cárcel. De pronto hasta otro hermano, Sergio, termina tras las rejas. Y el papá huyendo de la justicia. Para nadie es un secreto que "la Gata" metió mucha, mucha plata en la primera campaña presidencial de Uribe. En fin...
Y desconcerta, sobre todo, que el derecho a disentir y a exigir que cualquier indicio de equivocaciones del presidente o su sanedrín sea tratado de una manera formal y no enfrentado como un ataque personal contra el presidente. Uribe aprovecha su popularidad para frentear a sus detractores como si se tratara de una pelea de bar, en la que generalmente el que más duro grita gana.

Uribe fue elegido dos veces con amplia ventaja sobre sus oponentes. (Aprovecho para confesar que la primera vez voté por él, aunque una vez anunció su gabinete, incluso antes de la posesión, me di cuenta de que no sabía muy bien lo que hacía cuando le di mi confianza. Solo pensar en Fernando Londo
ño, en la emoción que siente al ver colombianos morir bajo las bombas de un avión fantasma, me da ganas de vomitar.) Y si la derecha, sin manipulaciones -desde la compra de votos hasta la compra de conciencias en el DANE-, sigue en el poder por decisión popular, es una decisión que democráticamente se tiene que aceptar.
Pero tenemos que recuperar el debate y la posibilidad de exigirle a Uribe o a Gaviria o a Samper o a Pastrana, o al que venga,
al presidente de turno, que se deje investigar la vida. Que se pueda hablar de él sin sentir que ponerlo en duda es ser antipatriota o que la respuesta va a ser una sarta de gritos de bravucón, de matón de hacienda.
Llevamos ya demasiado tiempo dándole vueltas a qué tan metido con los paras está el presidente, o si fue legal que Pastrana desmilitarizara el Caguán, o si Samper debía ser encarcelado por recibirles plata a los narcos. No que todo eso no sea importante de aclarar, al contrario. Eso debería poderse investigar de manera independiente, clara y rápida. Pero no solo para legitimar el poder, sino para poder dedicarle tiempo y esfuerzo a las cosas que más afectan la vida diaria de millones de colombianos. Lo ha dicho de varias maneras Antonio Caballero: los paras, el despeje, el elefante... parece que fueran excusas para poder hablar de abstractos sin solucionar los problemas reales. Los que deberían encontrar soluciones les atinan a las consecuencias de la guerra, sin atacar sus causas.
Y no se puede aceptar que hablar de política, que tener una opinión acerca de lo que pasa en el país se vuelva tabú, que incluso entre amigos el tema no se toque para no herir suceptibilidades. La política es para que todos participemos. Prefiero un presidente malo que se pueda cambiar a uno que crea que es bueno y que merece tomar todas sus decisiones detrás de la cortina.
Entre ocho años de Bush y otros ocho de Chávez, me quedo con Bush.