9.27.2006

(BIS)

Hace un año, cuando salí de Bogotá, una de las cosas que más me impactó sobre cómo funcionan los medios en Estados Unidos, o al menos Nueva York, es que la opinión y la realidad están atoradas, filtradas, por una necesidad casi enferma de ser políticamente correctos. Bueno, excepto, paradójicamente, en política, donde hablar mal de los demás e inventar verdades es cosa de todos los días. Pero esa es otra histroria.

En círculos académicos y a veces culturales, antes de publicar cualquier cosa, de hacer una pregunta en un auditorio, hay que estar seguro de que las palabras que se usan sean las adecuadas. Si no, miren lo que les pasó a los museos que iba a haber donde quedaban las Torres Gemelas.

Esto, en muchos casos, se traduce en la utilización de eufemismos, palabras que distraen del significado real de las cosas y de las características de la gente. Un negro es un negro, no necesariamente un afroamericano o si quiera afrodescendiente; un sordo es un sordo, no una persona "auditivamente impedida"; un latinoamericano es latinoamericano, no una "persona que habla en español". Y un aterrador y cada vez más largo etcétera.

Pero no sólo en maltratar el lenguaje está el problema y el mejor ejemplo viene de Europa, lo que muestra que esta plaga se está extendiendo por todo el mundo occidental.

Me refiero a la decisión de la Deutche Oper, en Berlín, de cancelar la presentación de Idomeneo, ópera de Mozart, por temor a ofender a algunos musulmanes. Es decir, por temor a ser políticamente incorrecta.

En una escena de la obra, el rey Idomeneo aparece rodeado por las cabezas (cortadas) de Neptuno, Buda, Jesús y Mahoma. Según reportó Reuters, oficiales de seguridad de Berlín aseguraron que la presentación de la ópera posaría un "riesgo incalculable de seguridad" para la ciudad.

Los directivos de la Oper, entonces, decidieron no arriesgarse y la retiraron. No querían, tal vez, que pasara lo que pasó luego de que un diario danés publicó caricaturas en las que aparecía Mahoma: revueltas, amenazas de muerte, críticas por ser anti-islámicos, y otro largo y aterrador etcétera.

Si para algo han servido la cultura y el arte es para hacer frente a los radicalismos, tanto políticos como religiosos y sociales, y nada resulta más miedoso que la autocensura en el arte.

La actitud de la ópera les da la razón a los extremistas y borra del mapa a los musulmanes que no lo son, que parecen estar cada vez más opacados por sus correligionarios que creen más en la violencia que en el respeto y el diálogo. Y, de paso, es políticamente incorrecta: no creen que haya represalias de los cristianos, ni de los budistas, ni de los adoradores de Neptuno.

Qué queda de esto? Una enseñanza peligrosa. Si no me gusta que alguien me caricaturice por ser colombiano, o periodista, o por ser derecho y no zurdo o por tener el pelo negro, debo simplemente amenazarlo. Así como debe hacer Uribe con Matador, Vladdo o cualquier caricaturista colombiano, o George Bush y Hillary Clinton con cualquier caricaturista del mundo.

Ni la Deutche Oper (ni el Teatro Colsubsidio, para el mismo efefcto) debería hacer montajes de Jesucristo Superestrella. O, siguiendo esa misma línea de evitar altercados, Salman Rushdie o Daniel Coronell no deberían escribir más.

Esa actitud de la Deutche Oper les da la razón, desde el balcón de la ópera, a los asesinos.

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