5.05.2005

Contra el maquillaje

“Ocúpate del alma”, dijo el gordo vendedor de carne.
Joaquín Sabina


El maquillaje encaja porque somos muchos en la pasarela y hay que destacarse. Hay que jugar. Y toca mostrar que, a pesar de ser tan iguales, todos somos especiales y diferentes: el actor-futbolista que llega a un restaurante disfrazado de actor-futbolista para que lo reconozcan. La de la cartera llena de eles y de ves o la que tiene el pelo cortico sin orden. El hippie con su mochila urbana, verde militar. El que se baja del carro y tiene que llegar a la barra mostrando el llavero del círculo partido en tres, el que carga su libro para todas partes y siempre va en la misma página. La que asegura en voz alta que “el condón lo cargo yo”, la que baraja los teléfonos de sus hombres para ver de cuál se deja llamar hoy. O el que mira por encima del hombro al estrato 5.

O peor aún, el que no contento con maquillarse solo (¿será que cree que no nos damos cuenta?) decide maquillar a su compañía a punta de silicona.

Otros llegan al extremo de maquillar los espacios y ni siquiera un parque de barrio puede llamarse ‘el parque’, porque ‘el parque’ es el de la calle 93. Como si no hubiera unos más grandes y más bonitos.

Defendiendo el territorio propio, todos tan distintos, todos buscando lo mismo. Todos con el maquillaje que nos da nuestro lugar. Y todos, o casi todos, salimos a buscar a alguien sin maquillaje. Alguien que no tenga que esconderse detrás de sus angustias ni sus chequeras para enamorarnos o para meterse en nuestro parche.

Pero la falsedad que vendemos sólo compra falsedades: la fanática de fútbol que no sabe qué es un fuera de lugar o el incapaz emocional que reparte la tarjeta de crédito para comprar carteras con iniciales y de paso un poco de compañía. La avezada que carga condones y no se ha dado cuenta de que la fecha de vencimiento, de cinco años, se cumple el mes entrante. La que un día se enamora del círculo del símbolo de la paz y al otro del de Mercedes. El de la 4X4 inglesa que la deja estorbando en la calle porque no tiene para el parqueadero. La punk que sueña con su pelo largo o la que tiene fama de bruta y se encama con el intelectual pero sólo si los libros que vende le alcanzan para ir a la peluquería del club y ponerse extensiones en el pelo.

A veces el maquillaje mezclado con un poco de alcohol o de drogas nos puede meter en la cama con alguien. Oh glorioso sexo sin amor. A nadie le sobra y quien lo diga está mintiendo o no sabe lo que se pierde. Pero casi siempre nos entrega de vuelta un polvo vacío, sin emociones. Y en los peores casos, sin placer.

Es por eso que hoy y casi todos los días son mejores sin maquillaje. Porque pierde la gracia tocar con la lengua un lóbulo que no devuelve piel sino sabor a mandarina con Issey Miyake, porque los labios no pueden quedar manchados ni de pintalabios –o como se diga– ni de nada. Eso no sabe rico. Claro, hay maquillaje que viene sin sabores y sin olores. No mancha ni se diluye ni deja marcas en la ropa. Pero cubre el olor y el sabor de verdad.

Es mejor sin maquillaje porque a pesar de todos los esfuerzos el único olor que se percibe al día siguiente, por encima del del cigarrillo en el pelo (de punk o con extensiones), es el del sudor. Porque saben rico las clavículas saladas y sabe rico el sexo sin olor a aloe vera. Porque una mujer en la ducha, sin preocuparse porque se le está mojando el pelo, se ve hermosa. Porque huele rico una recién bajada de su caballo, porque nada se debería correr sobre la cara de una que se está corriendo.

El maquillaje, ese que todos usamos en mayor o menor medida, nos separa de lo que somos y nos aleja de lo que queremos. En otra de las contradicciones de ser humanos, nos pasamos la vida recorriendo la sección de cosméticos en busca de una carilavada.


3 comments:

Anonymous said...

Perdón por la intromisión, pero no pude resistirme a entregar así, gratis, la perspectiva de una de esas carilavadas.

Es que el placer de no maquillarse es un placer de esos añejos, que llega con los años. De adolescente lo convierte a uno en la eterna amiga de los compañeros hombres que se van detrás de la que se maquilla como mujer grande, o en proyecto de de las mejores amigas, que lo encierran a uno en el baño a pintarlo y hacerle blowers pa ver si levanta alguito.

Pero, para qué negarlo, ahora soy una tipa feliz. Feliz de poder salir de la ducha directo al trabajo, feliz de poder soltar una lagrimita o venirme o reírme sin temor alguno, feliz de sentirme mami cal ponerme un vestido rojo -y nada más- en el verano, feliz de saber que mi novio me ve preciosa recién levantada.

Anonymous said...

Amor 77, amor: Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Porque la falsedad que vendemos sólo compra falsedades.

Camila Arango Ordóñez said...

¿Cuántas capas de maquillaje tenemos?
Hay quienes entre más años más capas.
"Uno es más auténtico entre más se parece a lo que ha soñado de sí mismo" Todo sobre mi madre.
Una frase que a ratos me libera de mi pesada trascendencia.
Te quiero Ro.