7.20.2004

Middlesex, de Jeffrey Eugenides

“Como Tiresias, primero fui una cosa y después otra. Fui ridiculizado por mis compañeros de clase, convertido en conejillo de Indias por los médicos, palpado por especialistas y calibrado por Don Dinero. Una pelirroja de Grosse Pointe se enamoró de mí sin saber lo que era. (También le gusté a su hermano.) Un carro blindado me condujo a una batalla urbana; una piscina me convirtió en mito; abandoné mi cuerpo para tomar posesión de otros: y todo eso sucedió antes de que cumpliera dieciséis años.”
Así termina el segundo párrafo de Middlesex, la segunda novela de Jeffrey Eugenides (Detroit, E.U., 1960), después de Las vírgenes suicidas (1993).
Se trata de 80 años de la historia de Estados Unidos vistos desde la óptica de una familia griega inmigrante y contados por un(a) hermafrodita que describe el viaje de su gen mutante desde los montes de Anatolia, cruzando el Atlántico, hasta llegar a Detroit.
Esta especie de Forrest Gump en versión de drama griego muestra desde cómo los inmigrantes reinventaban su pasado en los barcos que los traían a América hasta cómo una guerra, muchos años después, revive todos los nacionalismos que se tiraron al mar en esa travesía.
Menciona desde Henry Ford y su modelo T hasta la X de Malcolm. Lleva al lector de la época de la prohibición del alcohol y la depresión del 29 a la revolución sexual y la guerra de Vietnam.
Se relaciona con Jackie Kennedy, Hugh Heffner, Luis Buñuel, Andy Warhol y Richard Nixon. Cuenta por qué San Francisco se convirtió en un paraíso gay y celebra una muerte que sucedió antes “del recalentamiento del planeta, del 11 de septiembre y de un segundo presidente con sólo una vocal en su apellido”.
El paso de Calíope Helen Stephanides, bautizada por quien debió ser su padre, a llamarse sólo Cal, es contado de tal manera que cualquiera puede identificarse con su sufrimiento, con su curiosidad, con sus alegrías y sus descubrimientos. El relato, lleno de humor, ternura y erotismo, logra universalizar la historia de un “monstruo” de la genética sexual.
Con parientes que estuvieron en la guerra –la Mundial, Corea o Vietnam–, con una matrona que espera ansiosa su muerte y anda revisando a los recién nacidos descartando ‘colas de cerdo’ por una antigua maldición a su linaje, la saga familiar de los Stephanides tiene algo de los Buendía de García Márquez.
Y si el Nobel hubiera nacido en Detroit y no en Aracataca, y fuera descendiente de griegos y no de costeños, Middlesex podría haber sido su Cien años de soledad.

(Publicada en ET el 17 de julio de 2004)

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