7.30.2004

La entrevista perdida

Publicada en ET el 24 de julio de 2004

Hasta los 27 años, el destino del brasileño Sebastiao Salgado parecía estar muy lejos del activismo social y de la fotografía. A esa edad ya tenía un doctorado en economía de la Universidad de París y era un ejecutivo de la Organización Internacional del Café (OIC).

Pero ahora, a los 60, ha trabajado con Unicef, Acnur, la Organización Mundial de la Salud, Médicos Sin Fronteras y Amnistía International, todo gracias a una afición que tomó cuando su esposa le prestó su cámara de fotos, en 1973.

Estando en África, el bicho de la fotografía le transformó la vida y un año después empezó a colaborar para la agencia Sygma. Luego trabajó con Gamma -otra agrupación muy reputada de fotoperiodistas- hasta 1979, cuando entró a Magnum, la agencia que fundó el mítico Robert Capa. En 1994 fundó su propia agencia, Amazonas Images, que dirige con su esposa Lelia Wanick. En 1998 ganó el Príncipe de Asturias de las Artes, convirtiéndose en el primer fotógrafo en obtener ese premio.

Hoy, Salgado es probablemente el más importante fotógrafo latinoamericano y uno de los íconos de la fotografía mundial.

Recién llegado de África, donde trabaja en un nuevo proyecto sobre biodiversidad que incluirá una visita a Colombia, Salgado habló desde París acerca de Éxodos, la exposición de sus fotografías que se inauguró ayer en Bogotá.

¿Qué genera el paso de un Ph.D. en economía al fotoperiodismo, y luego a la fotografía social?

Cuando uno abandona su profesión es porque tiene una pasión por algo nuevo que ha descubierto. La fotografía llegó tarde a mi vida, en medio de un viaje por África trabajando para la OIC. Pero no lo hice porque pensara que en la fotografía me iría mejor que en la economía, sino que pasó a ser el interés central de mi vida.

La fotografía social o humana viene de mi origen en un país pobre, donde lo social es muy importante, y además de mi paso por la economía, que tiene cosas de antropología, sociología... es otra de las ciencias sociales.

Usted se interesa siempre por mezclarse con la gente y las situaciones que va a fotografiar...

Para hacer este tipo de foto tú tienes que vivirla, aproximarte. Yo llego a través de organizaciones locales que trabajan con la gente, que me introducen donde puedo hacer una relación. Llegar sin comprender la realidad no tiene sentido. Éxodos es siete años de vivir con la gente.

Los niños son muy importantes en su obra. ¿Qué le transmite la cara de un niño que no encuentra en otras?

Cuando van moviéndose por la carretera, dejando atrás su casa destruida, las personas no comprenden la mayoría de las veces lo que les está pasando. Los ancianos, que son otro grupo que me impresionó mucho en las trashumancias, llevan toda su vida una estabilidad y una relación con la tierra y en un segundo lo pierden todo.

Pero con los niños es aún más dramático, porque son mucho más inocentes.

Empecé a tomar retratos de niños como un juego, para que me dejaran trabajar y no se atravesaran cuando estaba haciendo otras tomas. Cuando están en grupos, todos quieren salir y sonríen y saltan, pero luego vi que las miradas de los niños, solos frente a la cámara, mostraban el mismo drama que las otras fotos. Por eso hice un libro sólo con niños.

Éxodos trata acerca de desplazados y desterrados víctimas de la pobreza y de la guerra. ¿Ha pensado hacer algún seguimiento de ese trabajo con respecto del éxodo en Colombia?

Conozco del drama colombiano. Es terrible y de difícil solución. Hay muchos desplazados dentro y fuera del país. Pero el trabajo de migraciones ya se terminó, los siete años pasaron y se trató de provocar el debate. Ahora estoy trabajando sobre biodiversidad.

¿Y para ese trabajo vendrá a Colombia?

Es un proyecto de ocho años, iré en algún momento. Pienso ir tal vez a Cuidad Perdida y a la Amazonia colombiana. Yo estuve en Cartagena cuando García Márquez lanzó El amor en los tiempos del cólera, y la ciudad me encantó. También hice un trabajo en Armero, un año después del desastre. Me pareció un país fantástico, con una gran fuerza en su música y con mucha vida.

Algunas personas hablan de la exaltación de la pobreza y la violencia a través del periodismo. ¿Cómo se involucra en este tema la reportería gráfica?

En la fotografía nos miramos a nosotros mismos. No es que la gente esté cansada de mirar imágenes sino está cansada de lo que está generando la violencia. La imagen se convierte en una necesidad social. La fotografía es realmente un transmisor de mensajes muy directo y hay un lugar muy importante para la reportería grafica. El verdadero lenguaje universal es la imagen.

¿Cree que los cinturones de pobreza que usted retrata y que cercan ahora las grandes ciudades podrán terminar por absorberlas?

Cuando llegué a Francia hace 30 años no había desempleo, ahora hay 3 millones sin trabajo. El modelo se está duplicando en todas partes. De ahí a decir que va a haber una gran invasión de las ciudades... eso es imposible de prever. En Latinoamérica es más evidente la diferencia. Las ciudades del futuro no serán como Nueva York, sino como Sao Paulo.

¿Qué siente que ha logrado a través de su fotografía en cuanto a cambios en la sociedad?

Hubo un trabajo sobre los 'sin tierra' que hicimos en Brasil con mi esposa, José Saramago y Chico Buarque, que generó un debate interesante. Pero este tipo de fotografía no es nada si no está ligada a textos, a instituciones que necesitan esas fotos para crear conciencia de algo. Es una pequeña variable dentro de un modelo, es parte del sistema. Mi fotografía es una pequeña contribución, hago parte de una familia de reporteros. No pretendo haber logrado nada solo.

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